En mis manos esa carpeta 3 solapas marrón con elástico, llena de papeles; mi intención: buscar la libreta del CBC para ir certificar el analítico. Al igual que un día soleado, temprano por la mañana cuando uno decide salir y al volver, la lluvia nos sorprende sin paraguas ni piloto.
Y lo maravilloso de las sorpresas es que, nunca sabemos nada de ellas y sin embargo cuando aparecen impactan para bien o para mal, apoderándose de nuestros sentidos por unos instantes. Algunas de ellas sorpresas infinitas, reales o casi imaginarias; otras finitas y acotadas, tajantes y peligrosas. ¡Sorpresa!
Al final de la carpeta estaban los papeles…
Momento en que los sentidos casi desvanecidos hicieron un recorrido hacia atrás, otorgándole materialidad al discurso. Pensé en algo, un objeto, algo palpable que me pueda transmitir un solo motivo para conservarlo todo nuevamente en esa carpeta. Y de repente no se me ocurrió nada. Nada se había apoderado de mí y con una sonrisa sin cómplices ni testigos utilicé mi par de herramientas - esas que universalmente son las más viejas en la historia de la humanidad - y, aunque traté de darle dramatismo a la situación, Nada estaba en mí y nada no me hizo ni dudar. Fueros los últimos segundos que le dediqué a ese recuerdo, y ahora ya Nada no existe y no hay evidencias de su paso por mi vida.
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