miércoles, 15 de diciembre de 2010

El oficio de un hombre, habla de él y no de su arte

Eran figuras retóricas que simbolizaban una construcción arquitectónica antigua,  romántica. Las columnas transparentes simulaban realidad, qué más confiable que el verosímil de lo real, lo común, algo que rompe con los parámetros de lo posible. Esa ruptura, ese quiebre incapaz de sostener el nuevo verosímil implicaba que si las columnas eran transparentes - algo fuera de lo cotidiano – los cimientos jamás podrían ser tenidos en cuenta, si desde lo figural de las columnas, lo obtuso de la percepción recaía en la literalidad de aquellas figuras.

Así fue que el arquitecto - por cierto desordenado, impulsivo y  ansioso -  ordenó construir un edificio en el medio del mar, lugar donde las columnas trasparentes tan cercanas a él, se mezclaban entre las olas reales, literales y violentas que se carcomían el material que recubría las paredes. Entre tanta inconstancia;  ¿creerían que hubo obreros entre todo esto?... No, no los hubo, sólo él.

 Los planos presentes entre imágenes, no escaparon del pensamiento del arquitecto. Todo iba bien mientras él pudiese distinguir lo transparente de las columnas entre las gotas de sal que se escurrían en ropas sencillas y personales, jamás vistas en alguna tienda cercana al puerto.

El arquitecto, tenso e imprudente no prohibía la visita de cualquiera a su edificio, pero a su vez, eran contados con los dedos de una mano las personas que podían acceder a su arte…

Una noche, no tardó en llegar la orden de que el edificio - la obra más preciada del arquitecto - debía ser demolido. La orden, la fastidiosa y angustiante orden había sido relevada por un gran artista, un hombre capaz de levantar una torre infinita con columnas transparentes; el arquitecto mismo, sin intención de proceder, tuvo que aceptar la crueldad de destruir poco a poco lo que había cargado en su corazón.

De esta historia no se conoce su fin, sólo sabemos que el arquitecto cobarde en su labor, tenía la responsabilidad de derribar y derribarse a si mismo. En esa ciudad llena de valientes, un hombre cobarde no podía vivir de sus verosímiles personales… Algunos sostienen que rabioso intentó golpear las paredes con una masa; en su intento pasó de largo las paredes transparentes no pudiendo derribar el edificio. Otros dicen que el arquitecto no soportó ver su obra desmedrada y decidió escaparse a otra ciudad, donde construir otro edificio. Una joven que al pasar se interesó por conocer más sobre esta historia, dijo que era capaz de anunciar el final de este relato; pero prefirió dejar la incógnita surtiéndose entre las olas. Del arquitecto no se supo más, sólo algunos verosímiles de su fin se pasean por esta ciudad inconclusa, invisible y transparente; lejana a la gran obra de aquel arquitecto.

1 comentario:

gracias por dejar tu polvorón!